Crítica serie «Un espía entre amigos»

Benedict Arnold, General Vlasov,Antonio Pérez… Todos los países tienen un personaje histórico convertido en el prototipo del traidor por antonomasia. Aquel capaz de trabajar para el enemigo o de desertar y pasar información en periodos de guerra o al menos esos largos intervalos entre ellas que se acaban conociendo como Paz Armada.

Y si preguntamos a un británico a quién consideran su traidor, la mayoría contestaran que Kim Philby, el agente de la inteligencia secreta británica que en realidad fue siempre un agente doble al servicio del KGB, pasando a lo largo de las décadas información vital para luego conseguir escapar de Beirut tras ser desenmascarado y vivir el resto de su vida en Moscú, sin dejar de conceder entrevistas o publicar unas memorias donde denigraba a su país y a su sistema político.

Con lo mucho que se ha escrito y rodado sobre el agente doble Philby, Un espía entre amigos, apuesta por un marco concreto. El momento final donde su viejo amigo, Nicholas Elliot, se reúne con él, para confrontarlo con la verdad. Es poco lo que se sabe que salió de aquella reunión. Del momento final, en el que Philby fue desenmascarado. Y menos aún de cómo logró fugarse en un carguero soviético y refugiarse en el país por el que lo había sacrificado todo.

El escritor, Ben Macyntire rellena esas lagunas y da su visión de si hubo un pacto para facilitar su huida a la URSS a cambio de desenmascarar a otros agentes de la inteligencia Británica y Estadounidesen infiltrados por el KGB o si fueron ellos los que levantaron la manta con Philby. El escritor es un especialista en los servicios secretos del siglo XX, pero como con otras adaptaciones. sus libros, que no dejan de ser ensayos históricos, por muy bien narrados que estén, no le hace justicia lo reflejado en la pantalla.

En Un espía entre amigos todo se fía a dos grandes actores, Guy Pearce y Damian Lewi, reflejando los sentimientos encontrados entre dos agentes de la inteligencia amigos desde siempre pero con trayectorias profesionales que han ido divergiendo. A mi juicio, insuficiente para elevar el potencial de una serie que tiene su mayor handicap en haber apostado por reflejar una foto fija en la vida de Philby, para luego, en lugar de potenciarlo, yéndose hacia delante y atrás en el tiempo.

Eso sin lograr captar nunca la personalidad enigmática de Philby. Cómo pudo una persona de la clase media británica terminar embrujado por el comunismo-leninismo y sentir esa admiración patológica por un país y un régimen del que es imposible, dado el cargo que ocupaba y la información que le llegaba, ignorara los desequilibrios internos de un país cuyo régimen se sostenía solo por el puro y duro método de aterrorizar a la población con continuas purgas que nadie sabía sobre quien caerían.

Se deja, la serie, demasiadas cosas en el tintero. Sus orígenes paternos que pudieron ser la raíz de cierto odio hacia su país por los métodos coloniales empleados en el Raj británico, cómo fue su vida en la URSS, sus «escándalos» familiares que nos dan ciertas pistas del carácter de un espía que nunca dejó de ser un bon vivant.

Una serie fría, distante con el espectador. Imprescindible para quien se ponga con ella tener ciertos conocimientos previos de la vida de Kim Philby y de todo el escándalo que hizo sacudir al Reino Unido en plena Guerra Fría. Que varios agentes suyos, de las clases altas, simpatizaran con la ideología del enemigo certifica que la sociedad británica no era uniforme. Ni lo fue frente al Reich, ni posteriormente frente a la URSS, por muchos esfuerzos publicitarios desplegados por tratar de deshumanizar y quitar rostro al enemigo. En ese aspecto una dictadura goza de más alternativas al no tener que rendir cuentas al estado de derecho, ni pagar el peaje de unas urnas.

Ni es una mala serie, ni una buena aproximación a Philby. Buena fotografía, buenas actuaciones, ambos bordando la «britanidad» de sus personajes, su lenguaje, sus modos amanerados, su vestimenta clásica, pero se deja demasiados interrogantes que llevan cincuenta años sobrevolando su figura, no solo sin responder, también siquiera sin plantear.

NOTA: 5

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